lunes, 16 de marzo de 2015

Ciudad Rodrigo en la Guerra de Sucesión

Abordaremos hoy, sucintamente, el protagonismo de nuestra ciudad durante la Guerra de Sucesión por la Corona española (1701-1713), un conflicto internacional que trocó en guerra civil con el enfrentamiento entre borbónicos y autracistas. Dos importantes batallas tuvieron como protagonista a Ciudad Rodrigo, en mayo de 1706 y octubre de 1707, alternando su dominio primero las tropas que apoyaban la causa de Carlos de Austria y recuperándola más tarde para Felipe de Borbón.

El 22 de septiembre de 1704 hay un primer amago de los aliados para sitiar Ciudad Rodrigo. Unos meses antes, dentro de los preparativos de defensa, el obispo había permitido el alojamiento de tres regimientos de soldados en los conventos de San Francisco, San Agustín, Santo Domingo y la Santa Trinidad. Posteriormente, vistas las necesidades, permite también la utilización de las ermitas para alojar “gente de guerra”, aunque con la salvedad de que “se procure entren los españoles”. Los preparativos para la defensa de Ciudad Rodrigo se suceden en las semanas siguientes. A principios de abril se ordena a la Ciudad que se realoje a los soldados de las ermitas, muchos de ellos enfermos, en otras casas, conventos y en la hospedería de los premostratenses. También se ordena desocupar el cuartel de la calle La Salud, “dejando aquellas casas para otros menesteres”.
Recreación del sitio de Ciudad Rodrigo del 22 de septiembre de 1704
Francisco Ronquillo, gobernador de las armas de la frontera de Castilla, dice que “por ningún modo ni en ningún acontecimiento los soldados de milicias se hospeden en los conventos”. Sin embargo, en San Agustín se ofrecen dos colegios, ya que el otro era necesario para “leer sus lectores”. Los de Santo Domingo y la Trinidad están en disposición. No obstante, sólo se aprovecha la hospedería de La Caridad y varias casas desocupadas: “la que vivió Antonio Carlos, procurador, en la calle del Sepulcro; en la calle de La Salud, otra de Juan Moro que hace esquina en la cortina del arrabal de San Andrés…”
Las intenciones de los aliados portugueses por sitiar Ciudad Rodrigo, como se ha mencionado antes, fueron evidentes en septiembre de 1704, un anticipo de lo que llegaría en 1706, cuando se produjo la capitulación de la plaza. Así refirió la Gazeta lo acontecido esos días: “El exército de los enemigos vino con su rey de azia Almeyda con todos aparatos para sitiar esta plaza, pues trahía entre otras prevenciones la de mil escalas, y más de 1.000 corazas a lo antiguo, para trepar por ellas, como lo han declarado los desertores. Nuestro exército, mandado por el señor duque de Bervic, se adelantó a esperarlos al vado del río y asentó sus reales en Saelizes el Menor. Hubo algunas escaramuzas hasta el día 5 y estuvieron los exércitos a una lengua de distancia; mas, aunque nuestra cavallería (con no haberse juntado aún todos las tropas), provocó a los enemigos a batalla; no se quisieron dar por entendidos…”
De las escaramuzas de septiembre y octubre de 1704 pasamos a la formalización del sitio y la capitulación de Ciudad Rodrigo de mayo de 1706. “Después de la sangrienta toma de Alcántara por los aliados, éstos mandados por el Marqués de las Minas, se dirigieron a Ciudad Rodrigo, con un ejército de 40.000 hombres entre portugueses, holandeses e ingleses (éstos unos 12.000 dirigidos por millord Gallovay). Se aproximan a Ciudad Rodrigo a mediados de mayo. La ciudad contaba al menos con dos regimientos de tropas, y levantó dos compañías de milicias, una de caballería y otra de infantería. También había procurado reforzar el sistema defensivo y hacer aprovisionamientos de víveres. Además se habían hecho diversos llamamientos para que se acudiera en su ayuda. Parece ser que los refuerzos del ejército del Duque de Berwick acampado en el pueblo de Martín del Río no pudieron llegar a tiempo. Ciudad Rodrigo fue sitiada estrechándose el cerco el 21 de mayo de 1706 [ese día se tomó el convento dominico]. El Marqués de las Minas, la conminó a entregarse. Ciudad Rodrigo se negó a ello y, aunque tenía abierta brecha, resistió cinco días. Capituló el día 25. Era gobernador de la plaza D. Antonio de la Vega, salió de la ciudad y se dirigió con algunas tropas hacia Valladolid. Sin embargo, queda claro que la ciudad se defendió durante 8 días[1].”
Plano parcial de la cerca del arrabal de Ciudad Rodrigo con la referencia del convento de Santo Domingo en 1706
La muralla de Ciudad Rodrigo fue derribada en varios puntos. Una vez tomada, los aliados realizaron el saqueo de edificios públicos y de bastantes viviendas particulares. Se apoderaron de trigo y otros granos, harina, salvado, dinero, plata, papel sellado, tabaco... además encarcelaron a algunas personas y a otras las enviaron al destierro, mientras quien podía se daba a la fuga. Quedó de corregidor el portugués Luis Brito Caldeira, y por gobernador militar el holandés Diego Farrel. Las condiciones de la rendición no fueron excesivamente duras: las milicias auxiliares de Burgos y Valladolid, compuestas por unos 2.000 hombres, fueron obligadas a dejar las armas y a jurar que no las tomarían contra los aliados; y al regimiento de Asturias de tropas veteranas se le exigió que no había de servir en un año. La ocupación de la ciudad por los imperiales duró 16 meses, durante los cuales además de la sangría demográfica que supuso, los vecinos tuvieron que contribuir con cargas y utensilios para los nuevos dueños; los negocios judiciales sufrieron gran detrimento; el cobro de arrendamientos, alcabalas y tercias se hizo difícil, cuando no imposible; entre otras medidas, los aliados se apoderaron de las rentas y frutos de los mayorazgos; y finalmente la atonía caracterizó al comercio, y la vida en general de sus vecinos que se vieron “dominados, afligidos y atormentados”, aunque también hubo alguna excepción.
Con la caída de Ciudad Rodrigo también pasó a ser dominada por el ejército aliado toda su jurisdicción, pero no sólo por ser distrito administrativo, sino por la acción directa de los imperiales en la mayoría de los pueblos.
En la Gazeta de 31 de mayo de 1707 se hace referencia a las medidas adoptadas por las tropas ocupantes, entre ellos la toma de prisioneros: “Se han llevado los portugueses de Ciudad Rodrigo a las personas de más representación, assí eclesiásticas como seculares”. Pero es que ya antes, a principios de año, habían tomado otras medidas similares: “Ay noticias de Ciudad Rodrigo del gran cuydado en que se hallan los portugueses para su defensa, aviendo retirado de ella a muchos religiosos y eclesiásticos por afectos a nuestro rey. También han desterrado a otros seculares por el mismo motivo, por reconocerlos con algún aliento para el recobro de su libertad; de suerte que aún la plaza no tiene ciento de sus vezinos”. Y continúa señalando que “han sacado la guarnición de Almeyda para poner en Ciudad Rodrigo 900 infantes y 300 caballos, que no se atreven a hazer salidas por estar a la vista alguna gente nuestra”.
Ciudad Rodrigo se había convertido durante este tiempo en el centro de las operaciones de los aliados. Con el “continuo movimiento de los ejércitos aliados y con las consiguientes exacciones, violencias y excesos y, entre tanto, ocupada la plaza por una guarnición de soldados extranjeros, la mayor parte gente aventurera y desalmada, se pasaron los diez y siete meses de la más dura, tiránica y oprobiosa dominación extranjera de cuantas ha sufrido nuestra ciudad en su larga y azarada historia”[2].
Pero los españoles estaban dando la vuelta a la situación y con ello minaban el ánimo de los aliados imperiales. El 18 de septiembre de 1707 se presentó ante los muros de Ciudad Rodrigo el marqués de Bay dispuesto a arrebatar su presa a los aliados. La Gazeta recoge una información del 30 de septiembre sobre los movimientos realizados: “La noche del día 20 entraron algunos soldados del regimiento que llaman de la Muerte en el arrabal; que el 21 dispararon de la plaza algunos tiros de fusil a los que llevaban las faginas, pero sin daño; que el 22, después de la media noche, se ocuparon los tres conventos: el de San Francisco 150 hombres del regimiento de Toro; el de Santo Domingo, más vezino a la plaza, lo ocupó el regimiento de Lombardía; y el de Santa Clara 300 franceses. El 23 hizieron los enemigos una salida, perdieron 50 hombres, un coronel y el sargento mayor de la plaza. El 24 se ocuparon los nuestros del convento de la Trinidad, a 80 pasos de la estrada cubierta. El 25 se empezó a trabajar en las baterías de 12 cañones y aviendo intentando los enemigos escapar su cavallería a Almeyda, no lo pudieron conseguir por estar cerrados los pasos. El 26 hubo disparos contra los trabajadores, pero sin daño por hallarse ya cubiertos. El 27 se puso una batería de cinco morteros que tiran a la estrada cubierta piedras y bombas. Llegaron 13 compañías del regimiento de Orense, que algunas pasaron a detener a la guarnición de San Felices. El 28 se puso una batería de 3 piezas. Pusieron los enemigos otra de dos y el 29 se les desmontó la una. Se trabaja en concluir la batería grande, haziendo la de bombas contra la estrada cubierta mucho fuego. Llegaron este día 1.230 hombres de quatro regimientos de infantería de Galicia. El día 30 se les desmontó otra pieza y se les rebentó un mortero de los grandes. Se dispone una batería de seis piezas y acaba de llegar el señor conde de Aguilar. De la plaza van desertando muchos”.
Plano de Ciudad Rodrigo, con la referencia del convento de Santo Domingo, tras ser conquistada la ciudad en 1706
Un estilo telegráfico, pero con un mensaje claro: la recuperación de la plaza es inminente, después de haber tomado ya los conventos y de haberse acercado a la muralla principal, tras superar lógicamente la cerca del arrabal y disponer la estrategia necesaria y los recursos para el asalto final.
El coronel de artillería Antonio de Leiva fue el encargado de comunicar a los redactores de la Gazeta la buena nueva de la restauración y conquista de Ciudad Rodrigo el 4 de octubre: “Aviendo puesto el señor marqués de Bay una batería de 10 piezas, abrió suficiente brecha para que no llamando a capitular a los enemigos, se les diese el asalto el día 4, el cual se executó por la tarde con tanta facilidad que con muy corta pérdida de los nuestros se hizo prisionera la guarnición de 1.878 soldados y 280 oficiales; y como fue tan vigoroso el asalto, quedaron también 300 muertos y 600 entre enfermos y heridos en la plaza. Se han cogido 56 vanderas y 13 piezas de artillería, tres morteros, muchas municiones de guerra y víveres para un año, aviéndose  debido a la buena conducta del señor marqués de Bay, actividad y disposiciones del señor conde de Aguilar, y a lo que se señalaron en la función de todos los oficiales a quienes tocó la operación; y, asimismo, los aventureros condes de Ablitas, marqués de Sufraga, D. Pedro Borrás y D. Pedro de Orduña; y los cuatro cavalleros de Salamanca, excediéndose todos generalmente unos a otros en el ardimiento y en el valor con que cada uno quiso entrar el primero en la plaza”.
Ganada la ciudad, las cosas se tornan y los dominadores pasan a dominados. El saqueo corre a cargo de las tropas franco-españolas y se hace de las casas de los sospechosos de afectos a los portugueses. Como antes, pero ahora por los nuevos gobernantes, se aplican las medidas de confiscación de bienes, destierro, encarcelamiento e incluso pena de muerte. Con los dos sitios media ciudad ha quedado destruida. Entre tantos escombros se especificaron como dañados, caídos o ruinosos el molino de Carbonero, los hornos de pan y el convento de monjas de Sancti Spíritus.

[1] MARTÍN RODRIGO, Ramón. La guerra de Sucesión en Salamanca. En Salamanca, revista de Estudios, núm.40. Salamanca, 1997. Pág. 85-132.
[2] HERNÁNDEZ VEGAS, Mateo. Ibídem. Tomo II, pág. 229.

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